jueves, 11 de enero de 2007

Hagamos una casa (31/10/2005)

Un determinado día de julio, una joven adolescente y un simpático muchacho que tenían en mente construir una casa juntos y vivir en ella, pusieron manos a la obra. La idea había nacido luego de una charla en un cómodo sillón de un pub de medianoche
- ¡¡Imaginate!! Nuestra propia casa, nuestra propia ilusión hecha verdad
- ¿Cómo no poder imaginarlo? Lo que tanto hemos ansiado es hoy por hoy una realidad

Ellos se habían conocido por medio de amigos, hacía ya cinco años, pero hacía sólo uno que planeaban construir su casa. Habían hecho averiguaciones en muchos lugares. Conseguían materiales de construcción a bajo costo y no gastarían en mano de obra. Sería mucho más romántico si ellos mismos construyesen ladrillo a ladrillo su esperanza de vida, sus ideales de vejez y sus imponderables de la vida romántica.

A las cuatro de la mañana del mismísimo día siguiente estaban los dos de pie mirando un terreno que habían conseguido. No estaban dispuestos a perder tiempo, trabajarían a pulmotor. Cuánto más rápido y antes estuviera lista la casa, mejor.

El sol estaba oculto y hacía frío, lo que daba las perfectas condiciones para empezar la obra. El hombre, sentado en el esqueleto firme de lo que en un futuro sería un gran portón, esperaba que su mujer trajera el pilón de ladrillos para comenzar a construir, mientras él preparaba la mezcla.

- Estos son fuertes y resistirán – dijo ella, pero él al mirar detenidamente se dio cuenta que no se trataban de ordinarios ladrillos, sino de panes de manteca. Asombrado, el hombre le contestó
- ¿Para qué has traído panes de manteca en vez de ladrillos?
- Es que me pareció una idea original... Además, hace frío... no te preocupés, resistirán – contestó ella.

El hombre luego de esta mínima charla se puso a trabajar ya que no tenían tiempo para perder. La casa debería estar construida para poco después del amanecer. Destapó la mezcladora, en la que había estado haciendo (valga la redundancia) la mezcla que los ayudaría a unir los ladrillos (ahora panes de manteca). Para sorpresa de la mujer, un constante y pegajoso flujo de mermelada se veía salir

- ¿Qué hacés? Le preguntó ella en un tono casi indignado, con las orejas tiritantes de cólera
- No te preocupés, dijo él. Había pensado en utilizar cemento, pero como has decidido usar manteca en vez de ladrillos, me pareció más original

Convencida la mujer agachó la cabeza y siguió trabajando. Trabajaron a velocidad sobrehumana toda la madrugada, hasta que los primeros destellos dorados de sol y sus nubes naranjas asomaron y comenzaron a derretir la manteca de los ladrillos superiores. Sin preocuparles mucho, siguieron con su tarea ya que sólo les faltaba una parte del techo y la chimenea.

Cuando finalmente llegaron a la chimenea, en el punto más alto de la casa,ésta comenzó a perder cada vez más y más altura, pero no los inquietaba... Ellos se pararon a un costado, miraron su sueño derrumbarse. Lo que yacía en el suelo no era sólo una viscosidad de mermelada y manteca derretida, eran sus noches de sexo y pasión, sus hijos, sus vejeces, sus muertes en camas cálidas y a avanzada edad. ¿Qué más puede explicarse? Una casa derrumbándose era una ridícula burla del azar del destino hacia los jóvenes enamorados. Vieron el suelo, y el cielo. Hasta parecía que el sol gozaba de su obra destructiva con una pequeña sonrisa socarrona.

Sorprendentemente, sin un ínfimo destello de tristeza – nisiquiera en su ámbito más apagado – la pareja dio media vuelta y se marchó. No debían perder más tiempo, ya era hora de irse a dormir luego del arduo trabajo. De esta manera, a la noche podrían juntarse de nuevo en el pub, podrían creer juntos en el sueño de construir una casa y, lo más importante, Deberían estar bien descansados ya que a las cuatro de la mañana de la mañana siguiente deberían estar nuevamente de pie para construir nuevamente la casa de manteca y mermelada, como hacían todos los días desde hace un año.

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